Fuente: Gacetilla UGR, 31 Agosto 2020

Desde el comienzo de la pandemia, el mundo ha tenido un cambio abrupto en diferentes tipos de sociedades, visibilizando las carencias en la sociedad posmoderna. Con un sujeto centrado en sí mismo, en modo de supervivencia, llevando a un sacrificio del placer y pérdida de los rituales, acentuando así el individualismo por sobre todas las cosas, y la aparición o surgimiento del miedo, la ansiedad, la angustia y el dolor.


El aislamiento presenta por el momento alta eficacia para controlar el contagio del COVID 19 y por ende su propagación. Al mismo tiempo, lamentablemente, el aislamiento social puede tener impacto en la salud mental.

En este marco, está bien establecida la importancia de los factores psicosociales en el desarrollo y mantenimiento del dolor orofacial y la aparición subclínica de los trastornos temporomandibulares (TMD). Estos últimos pueden causar en las personas dolor al abrir la boca como también al masticar, ocasionando alteraciones básicas en la vida. Algunas personas que tienen dolor en la articulación temporomandibular, también tienden a apretar o rechinar los dientes: a esto se le llama bruxismo, aunque muchas personas habitualmente aprietan o rechinan los dientes y nunca desarrollan TMD.

Los pacientes diagnosticados con TMD presentan una alta prevalencia de trastornos psicológicos. En tiempos de aislamiento social, dichos trastornos pueden desencadenar eventos que culminan con niveles más altos de actividad simpática y una mayor liberación de esteroides adrenocorticales que conducen a vasoconstricción muscular y aumento de la resistencia vascular periférica. Se supone que todos estos eventos crean o perpetúan una situación de sobrecarga del sistema, provocando dolor y rigidez en los músculos masetero y temporal, estos son los encargados de mover la articulación, y por ende la principal queja de dolor miofascial, un hallazgo común en pacientes con TMD. El deterioro autonómico también puede conducir a un aumento del impulso simpático y una sensación de hiperactividad e hipervigilancia, que crean y perpetúan cualquier alteración del sueño. Si se mantiene, este ciclo puede desempeñar un papel importante en el mantenimiento del dolor, especialmente en individuos psicológicamente vulnerables.

 



Se ha documentado la asociación entre el bruxismo y los aspectos psicológicos, aunque la intensidad del bruxismo del sueño no se ha asociado con el estrés, ni a los dolores relacionados con los TMD. Sin embargo, una revisión sistemática reciente (Polmann y cols) informó que algunos síntomas específicos del espectro de los trastornos de ansiedad podrían tener asociación con un probable bruxismo del sueño.

El bruxismo despierto, en cambio, tiene efectos sobre los factores psicosociales como ansiedad, estrés y dificultad para identificar y describir sentimientos tan importantes como causas somáticas en su aparición y mantenimiento. Los pacientes con altos niveles de estrés tienen casi 6 veces más probabilidades de informar bruxismo despierto. También podemos decir que la contracción sostenida de los músculos de la cabeza y el cuello está relacionada con una postura corporal requerida asociada a la respuesta de lucha o huida. Por lo tanto, la contracción muscular en el bruxismo despierto podría ser parte del comportamiento de defensa asociado con la ansiedad y el estrés.

Los procesos relacionados con la ansiedad ocurren en el sistema nervioso central (SNC) e involucran interacciones entre la corteza prefrontal, las estructuras límbicas, paralímbicas (amígdala, ínsula, circunvolución cingulada anterior) y las regiones motoras del tallo cerebral que conducen a respuestas motoras y fisiológicas, no solo al estrés sino también mayor estado de alerta y atención. En condiciones sin estrés, las regiones de la corteza prefrontal (CPF) regulan el comportamiento, el pensamiento y las emociones, incluida la inhibición de respuestas motoras inapropiadas. Sin embargo, en condiciones estresantes, la amígdala activa vías en el hipotálamo y el tronco cerebral y altera la regulación de la PFC.

En conclusión, el estrés producido por el brote de COVID-19 puede generar impactos importantes en el dolor orofacial especialmente en los trastornos temporomandibulares. Sorprendentemente, se podría esperar que los factores psicológicos asociados con la pandemia conduzcan a un mayor riesgo de desarrollar, empeorar y perpetuar el bruxismo, (principalmente bruxismo despierto) y TMD. Además, se necesita un correcto diagnóstico y tratamiento, esto se realiza a través de profesionales como el odontólogo, neurólogo y el kinesiólogo. El kinesiólogo cumple un rol destacable en el tratamiento de los TMD, ya que en la actualidad, es una profesión que ha crecido su demanda a nivel mundial, colocándose en los estándares de publicaciones de revistas más prestigiosas de dolor orofacial, como una agente primario y fundamental, en el tratamiento de los TMD. Los Kinesiólogos formados y especializados en esta área, son los encargados de brindar una atención utilizando diferentes estrategias terapéuticas en las que se incluyen, terapias manuales, aplicación de agentes físicos (fisioterapia), educación del paciente, pautas para el autotratamiento y la atención domiciliaria, es por eso que en la actualidad, especialmente en estos tiempos de aislamiento social, el kinesiólogo cumple un papel destacable y preponderante frente al dolor orofacial y los trastornos temporomandibulares.  

Fernando Imaz- Mauro Barone

*Docentes-investigadores. CUADI-UGR.